En los discursos
sobre sostenibilidad urbana la palabra resiliencia se ha ido haciendo
hueco como un nuevo planteaminento de abordar los problemas que
atañen a los ecosistemas urbanos. Un buen ejemplo de ello es el
movimiento de Ciudades o Iniciativas de Transición, cuyo principal objetivo es
construir comunidades resilientes a los impactos derivados del pico
del petróleo y el cambio climático.
La resiliencia
hace referencia a la capacidad de un sistema o de una comunidad para
recuperarse después de haber sufrido una perturbación, como podría
ser un desastre natural, un fallo tecnológico o el agotamiento de
las pesquerías, bosques, petróleo u otros recursos. El camino hacia
la sostenibilidad tiene que pasar necesariamente por la construcción
de resiliencia, lo que a menudo se contrapone a las estrategias de
sostenibilidad seguidas durante los últimos años. Tradicionalmente
sostenibilidad ha sido sinónimo de eficiencia y, aunque ésta es
necesaria para minimizar los impactos negativos de la actuación
humana, puede ser contraproducente si no se tienen en cuenta otros
aspectos. Un sistema muy eficiente, aquel que se conforma sólo de
aquello que es directa e inmediatamente beneficioso, es más estable,
pero a la vez pierde flexibilidad y se vuelve más vulnerable a las
perturbaciones, es decir, disminuye su resiliencia. Por tanto, la
clave para la sostenibilidad no reside únicamente en optimizar
componentes aislados sino que hay que buscar el equilibrio entre la
eficiencia del sistema y su resiliencia.
Para conseguir
comunidades y ciudades más resilientes es necesario incidir en
aquellos aspectos que influyen en la resiliencia urbana. Aunque no
hay un consenso acerca de los factores que fortalecen la resiliencia
de un ecosistema, a continuación se enumeran y describen
aquellos que pueden tener una mayor influencia en el entorno urbano:
Diversidad.
La diversidad se refiere al número de elementos que comprenden un
sistema. Puede ser funcional, cuando los diferentes elementos cumplen
diferentes funciones dentro del sistema, o de respuesta, cuando cada
grupo funcional está compuesto por más de un elemento. Diversidad,
por tanto, significa una mayor capacidad de adaptación a los
cambios. En los ecosistemas urbanos podemos hablar de diversidad de
personas, empresas, instituciones, usos del suelo, recursos
alimenticios...
Modularidad.
La modularidad hace referencia al modo en que los componentes de un
sistema están conectados entre sí. Los sistemas con grupos de
componentes (módulos) y fuertes conexiones internas pero relaciones
débiles con otros subgrupos tienen mayor capacidad de
autoorganización después de una perturbación. La relocalización
de la producción, el consumo, la economía, la gobernanza... es
necesaria para que exista modularidad.
Ciclos de retroalimentación.
Los ecosistemas están regulados por ciclos de retroalimentación que
influyen en la rapidez con la que las consecuencias producidas por un
cambio en una parte del sistema son sentidas y respondidas en el
resto del mismo. Actualmente, en las zonas urbanas estos ciclos son a
gran escala y difíciles de identificar, debido al proceso de
deslocalización que han sufrido las ciudades al haber incrementado
enormemente su consumo energético y de materiales y, por tanto,
necesitar traer estos recursos del exterior, a menudo de zonas muy
alejadas geográficamente. Para conseguir acortar estos ciclos es
necesario reducir el consumo de las ciudades y relocalizar los flujos
metabólicos, económicos y sociales.
Capital social.
La resiliencia de los ecosistemas urbanos está fuertemente
relacionada con la capacidad de las personas para responder ante una
perturbación. La confianza, las redes sociales y el liderazgo, es
decir, el capital social, son factores importantes en la capacidad de
respuesta de las comunidades. Para mantener el capital social
existente y fortalecerlo es necesario que haya una diversidad de
empresas, asociaciones, instituciones o cualquier otra forma de
organización colectiva que represente a la ciudadanía, y que haya
una conexión entre éstas y el gobierno local.
Innovación.
Es necesario promover la innovación y el aprendizaje para crear
nuevas formas de responder ante los cambios. La innovación está muy
ligada al capital social ya que al igual que éste la innovación se
promueve a través de la diversidad de colectivos ciudadanos y los
mecanismos de conexión y comunicación entre éstos y las
instituciones locales.
Para construir
resiliencia, por tanto, es necesario repensar el modelo de ciudad
existente. Reducir el consumo de recursos, priorizar la producción y
consumo locales, fortalecer las redes sociales, o promover la
diversidad en todos sus ámbitos son aspectos que se deben tener en
cuenta a la hora de construir ciudades más resilientes y, en
consecuencia, más sostenibles.
Fuentes: Berkes,
F., Colding, J. y Folke, C. 2003. Navigating
social-ecological systems. Building resilience for complexity and
change;
Hopkins, R. 2008. The
Transition Handbook. From oil dependency to local resilience;
Walker, B. and Salt,
D. 2006. Resilience
thinking. Sustaining ecosystems and people in a changing world.
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